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La distancia que nos separa

Unas reflexiones sobre la novela

Publicado: 2016-09-19

Desde el título, este libro me ha parecido muy bueno. La distancia que nos separa. Aunque podría llamarse también la distancia que nos une. Porque es un libro que trata sobre la relación de un hijo con su padre, y en toda relación de este tipo, siempre los límites son poco claros. Hay algo que nos separa y algo que nos une. Y probablemente la palabra distancia es la mejor para este fenómeno. Si estamos muy cerca, se pierden las individualidades y se mutila el desarrollo. Si estamos muy lejos, no se construye bien la vida del hijo. El truco de la crianza y de todo tipo de amor y cuidado será siempre la distancia la que nos separa y la que nos une, para bien y para mal. 

Más allá de elucubraciones filosófico/psicológicas sobre la distancia, me gustaría hacer algunos alcances sobre el libro y las razones por las que me ha gustado. Llegué a él buscando un poco lo que buscamos los peruanos obsesionados con nuestra historia republicana reciente: detalles de cómo fueron esos momentos de nuestra historia. Y no los encontré. Por lo menos no los que buscaba. Pero a diferencia del último libro de Vargas Llosa, este libro me dio una grata sorpresa y no una absoluta decepción (el libro de Vargas Llosa es entretenido y está muy bien escrito, pero parece más una novelita de soft porn de un abuelito que ha redescubierto el sexo que una novela importante sobre la época en la que se narra, quizás por intención del autor, cosa que me parece respetable pero que creo que debería hacer explícita en un prólogo para no hacerle a uno perder unas horas de su vida). Si bien el centro de la narrativa no era el contexto político que yo buscaba conocer, aquello de lo que trata me pareció mucho más valioso, universal y honesto. Es algo que de alguna manera todos hacemos en algún momento de nuestras vidas, intencionalmente o no: bajar a nuestros padres del pedestal irreal en el que los hemos puesto. O dicho de otra manera: conocer a nuestros padres como son.

El libro es una investigación en un intento por llenar los vacíos de la historia familiar, especialmente de los hombres de la familia, marcados todos por la vida castrense (haciendo hincapié en lo que la palabra “castrar” significa dentro de “castrense” y que nos olvidamos). Y es que parece ser lo que el escritor encuentra: hay algo que ha sido castrado en sus antepasados militares, por lo menos en sus vivencias con ellos y en la historia oficial: los afectos, la pasión. Pero durante todo el libro, mientras él revive como en un diván sus recuerdos significativos y emotivos con su padre, va descubriendo que los afectos sí estuvieron presentes en las vidas de los castrados. Como se dice comúnmente: lo que se tira por la ventana vuelve por la puerta. Y en lo que narra se ve cómo esos afectos, que originalmente deberían ser parte de la distancia que une, terminan siendo los que los separa, porque vuelven a escondidas, haciendo que tengan vidas paralelas o secretos reprimidos no vividos sino secretamente. La distancia que los separa, pues, es la de lo castrado que vuelve como ladrón, para llevarse lo que le correspondería a los hijos y a la esposa y que él ha terminado conociendo probablemente sólo porque se decidió a buscar la historia de su padre.

Finalmente, ya como algo personal, no quiero dejar de mencionar dos cosas más que el libro me ha hecho sentir. En primer lugar, que a pesar de todos los secretos lanzados por la ventana que nuestros padres tienen y que nosotros tendremos también como padres, las emociones que uno pueden sentir por su padre, las buenas y las malas, son constitutivas de nuestra manera de ser. Nosotros somos quienes volvemos por la puerta con todo eso. El libro tiene imágenes vívidas de lo que todos los padres hacen con sus hijos cuando son pequeños. No puedo dejar de pensar en los juegos en la piscina a los que hace referencia. No pude dejar de estar también, mientras leía, jugando con mi padre en alguna de tantas piscinas en las que jugamos. Es difícil no ser hijo y no ponerse en el lugar del narrador en el libro, especialmente si uno es más o menos cuarentón, creo.

En segundo lugar, en esta tierra machista que es el Perú, me parece que los hombres estamos en falta con nuestra nación. Y a todo nivel. Creo que en la medida en que los hombres seamos educados y formados de manera “castrense” por nuestra sociedad, vamos a seguir estando en falta. Basta mirar la lista de nuestros hombres presidentes, deportistas, políticos y demás. Es penoso el desbalance entre fraudes y héroes. Las mujeres peruanas andan mejor y creo que gracias a ellas el país aún no se destruye (y muchas familias tampoco). No propongo una competencia, sino hago una invitación a hacer nuestra parte, a terminar el trabajo "castrado", como hombres, pero de verdad, integrados, completos, con emociones incluidas. No importa si se sufre. A veces sufrir es el camino correcto. A veces no sufrir (o tener la fantasía de que eso no está pasando) es el camino más destructor de todos.

Lean el libro. Vale la pena. La historia de nuestros padres siempre será un misterio, pero no necesariamente sus emociones. Están ahí, en todos nuestros recuerdos con ellos. Hay que buscar esos recuerdos para encontrarnos con ellos.


Escrito por

Gonzalo Cano Roncagliolo

Quise ser escritor toda mi vida. Luego de dar muchas vueltas por la vida, me atrevo a escribir.


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Dibanaciones

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