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¿La libertad existe?

Pensando un poquito sobre este asunto tan trillado

Publicado: 2019-01-16


Perder la libertad o sentir que uno no puede decidir sobre su vida, es una sensación análoga a sentirse muerto. El problema es que uno no está muerto. Cuando estemos muertos, probablemente no sentiremos nada. Y si existe algo después de la muerte, no sabemos cómo se siente. Sentir que uno no tiene libertad sí es algo que conocemos. Es una especie de encierro.

Desde luego que hay modos más objetivos y más subjetivos de perder la libertad. Algunos son circunstanciales y existen en el espacio y tiempo y otros sólo existen en nuestra mente. Uno puede perder la libertad porque alguna persona, grupo o institución se la quita o porque no le permiten a uno ejercer la potestad que tiene sobre su vida.

Uno puede perder la libertad porque cometió una falta que se castiga con la pérdida de la libertad o con el recorte de la misma o porque algún orate con dotes de líder decidió ejecutar su locura a nivel masivo y apropiarse de la libertad de las personas… y encontró voluntarios, que siempre hay. Y eso es lo interesante del asunto. Todos decimos que queremos ser libres. Todos creemos que somos libres. ¿Lo somos realmente?

Desde lo más externo y recurriendo un poco a la paranoia de las teorías conspirativas, pareciera ser que la libertad con la que todos soñamos es algo bien reducido o que puede llegar a ser incluso una ilusión. Pensemos un poco. Pertenecemos a una cultura determinada que nos influencia en nuestra conducta de determinada manera. Esa cultura habita dentro de nosotros y sin ella probablemente hasta nos sintamos como perdidos en medio de una selva. La cultura nos presta determinados valores, modos de comportamiento, modos de relación, expectativas sobre los demás, juegos, costumbres, tradiciones, oficios, trabajos, etc. Y todas estas cosas nos son enseñadas por la familia, el colegio, las universidades, el grupo al que pertenecemos, etc. Más aún, podemos ponernos a pensar que el Estado, o el poder detrás del Estado, organiza y mueve los hilos para movernos en tal o cual dirección. Sea esto cierto o no, la economía también constriñe nuestra vida, trabajo, deseos, maneras de descansar, divertirnos, sentir placer, etc. Incluso el que más libre dice ser… tiene una serie de cosas que hacer, comprar y manifestar que tienen un valor en el mercado o le da un prestigio para un grupo. La libertad total de acción o decisión, por lo tanto, pareciera que no existe del todo.

Sumado a eso, están los determinantes internos. Nuestra genética, por ejemplo. No podemos decidir ni el cuerpo ni las habilidades cognitivas, físicas o sociales que tendremos. Incluso una parte de nuestra personalidad está determinada por nuestra herencia. Podemos aprender algunas cosas y conseguir determinados rendimientos. Pero siempre con límites. El mercado se encargará de que pensemos que no es así. Pero en el fondo todos sabemos que hay un límite, por más que nos neguemos a verlo. Algunos dicen que hasta la cantidad de latidos de nuestro corazón está determinado genéticamente.

Para muchos, caer en la cuenta de estas cosas los hace sentir como Gregor Samsa o como Guy Montag. O no existe nada más que ser un insecto o sólo seremos parte de un sistema que nos engaña. A veces nos sentimos como las hormigas, que circulamos en un laberinto que nos sabemos de memoria en donde nacemos, vivimos, nos reproducimos y morimos.

¿Existe una alternativa a esta realidad? ¿No existe realmente más que la ilusión de la libertad? Y si la libertad no existe… ¿por qué creemos que existe? Y si ya no creemos que existe… ¿para qué vivimos entonces? Como le dijo Frankl alguna vez a una persona: ¿No sería mejor suicidarnos de una vez?

Si no existe la libertad, cuál sería el trabajo de nosotros los psicoterapeutas? De qué se trata la vida entonces?

ADVERTENCIA: Esta entrada tiene su contraparte… pronto será publicada.


Escrito por

Gonzalo Cano Roncagliolo

Quise ser escritor toda mi vida. Luego de dar muchas vueltas por la vida, me atrevo a escribir.


Publicado en

Dibanaciones

Un blog de Gonzalo Cano