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Volverse adulto en el Perú

A propósito del suicidio de Alan García

Publicado: 2019-04-24

El suicidio del ex presidente me hace pensar muchas cosas con las que vengo lidiando hace años tanto a nivel profesional como personal.   

A nivel personal, Alan García me ha acompañado desde que recuerdo que existe la política en mi mente, desde segundo grado de primaria, cuando postulaba a su primer período presidencial. En mi clase estaban un sobrino nieto de Bedoya y un sobrino nieto de Belaúnde, junto con otros descendientes de apellidos históricos: Prado, De Orbegoso, Grau y seguro de otros que no recuerdo ya. Yo no tenía ni historia ni abolengo político. Mi Papá decía ser aprista, había trabajado en los inicios de la Fiscalía de la Nación y mi abuelo había escondido en algún momento en un clóset o maletera al padre de Alan García o a Haya de la Torre o a ambos. No sé si eso sea verdad o mentira, pero mi familia paterna se caracterizó por ser muy buena inventando historias, así que no sé a ciencia cierta. Mi padre renunció a la Fiscalía apenas subió Alan al poder y me dijo que a los dieciocho años le preguntara por qué había renunciado, que ahí lo podría entender. La referencia política anterior a este tiempo que tenía en la cabeza era el General Velasco, el peor presidente de la historia del Perú según me habían dicho, un dictador maldito que en mi recuerdo, tuvo al Perú aislado del mundo y no dejó tocar a los Rolling Stones. Así tenía formateada mi mente en segundo de primaria.

Con eso en la mente, Alan aparecía como alguien nuevo, joven (de casi la misma edad que mi Papá), sin abolengo o tradición, como una persona normal, como éramos nosotros. Yo no entendía nada de ideologías ni sabía datos sobre historia ni sobre patologías mentales. Era aprista y punto, como mi padre, como cualquier niño lo sería. Y Alan iba a ganar. Y mis amigos se equivocaban pensando que ganaría Bedoya o Alva Orlandini o Frejolito, que era amigo de mi tío y a quien alguna vez conocí en su casa. Era imposible ganarle a Alan. La victoria era nuestra, y lo fue. Pero no fue una victoria. Perdimos todos. Y empezó la participación de este señor en mi vida. Crecí en una ciudad en la que dos de los peores insultos eran “aprista” o “terruco”. Recuerdo con pena cómo maltratábamos a los hijos de apristas de mi promoción conforme avanzaba la crisis económica de ése primer gobierno.

A la vez que empezó el gobierno de García y el Perú se deterioraba a toda velocidad, crecía la guerra asesina de Sendero Luminoso (Sendero ya existía desde 1969, aunque muchos lo ignoran) volando torres, asesinando gente, atentando contra el presidente del Jurado Nacional de Elecciones (Domingo García Rada) y aparecieron otros grupos terroristas que asesinaron a personas del entorno en el que yo estaba o destruyendo las empresas de padres de gente de mi colegio por no pagar cupos o estar del lado del gobierno. Recuerdo que estaba en Huaraz con mi familia y varias familias amigas, con un soroche de la patada, mientras Alan lanzaba su mensaje de estatización de la banca. Ese viaje se terminó ahí. Algunos tomaron sus autos ése mismo día y volvieron a Lima asustados. Y recuerdo cómo Vargas Llosa fue el nuevo héroe contra lo que sea que significara eso que estaba haciendo Alan y que a todos escandalizaba. Yo sólo entendía que se estaba pareciendo a Velasco, que les quitaba algo a los que tenían para que otros lo usaran y lo malograran y mandar (más) a la mierda el país. Recuerdo, con cierto alivio ahora que sé que muchos murieron de hambre y vieron destrozados todos sus sueños, que al recibir la propina (cuando había) los viernes, íbamos con mis hermanos a la bodega a gastarla toda en golosinas. ¿La razón? Al día siguiente o en unas horas el valor de las golosinas subiría y obtendríamos menos por el fajo de billetes o las abundantes monedas. Pero no nos moríamos de hambre.

Vargas Llosa, el héroe de la pica pica y los dientes grandes, el laureado escritor arequipeño, no ganó y se picó terriblemente. Apareció un Chinito (japonés) que a decir de los adultos que me rodeaban “seguro era el único honesto de todos los políticos pero nadie va a votar por él”, apoyado por el APRA. Y seguía creciendo Sendero. Y el Chinito nos engañó a todos porque hizo exactamente lo que dijo que no iba a hacer, y todos lo aplaudimos: shock y cerró el inútil Congreso. Ése 5 de abril, mi hermano y yo subimos al micro que nos llevaba al colegio como todas las mañanas, el cobrador nos cobró pasajes y dos cuadras más allá nos dijo que no había colegio… y no nos devolvió el costo del pasaje porque ya “habíamos avanzado varias cuadras pe”. Así que nos bajamos contentos porque no había clases, pero no sabíamos lo que se venía. Y Alan se fugó y nos olvidamos de él para odiar a Sendero y ver y alegrarnos cuando nos mostraron al “Cachetón” en una jaula, como un perro, para que todos lo odiemos en vivo y en directo con toda nuestra alma.

Y Fujimori pasó a ser el nuevo héroe. Y, como Alan, también nos traicionó. No era un héroe. Belaúnde era el último presidente decente del Perú, pero era un huevón porque no había robado. Los siguientes eran unos “genios” porque habían robado y se habían fugado y no les habían probado nada. Así opinábamos, genio es el ladrón que la libra. La palabra “delincuente” sólo era para los que roban autos, collares o relojes en la calle. La opinión sobre Fujimori estaba dividida, porque la economía estaba mejor y ya no había terrorismo, pero no sabíamos que eso no era sólo por virtud de él, ni de su perverso gemelo mental, Montesinos. Los malos eran Abimael y si te quedaba un poco más de odio, García. Ya no quedaba odio para Fujimori. Vino Paniagua, otro huevón como Belaúnde, según la definición de genio y de huevón que manejábamos en nuestras confundidas mentes.

Y vino Toledo. Nunca pude votar por él. Su carácter mesiánico me daba desconfianza y sus gestos me daban risa. Me parecía un payaso. Pero no ratero. En realidad era ambas cosas. Pero no era “genio”, era borracho, coquero, putero… Todo menos genio. A pesar de ser el único presidente que había “rozado” estudios en alguna universidad top del mundo, no era genio. Pero también nos engañó. Y Alan había regresado, identificando las palabras “prescripción” con “inocencia” en la mente de muchos peruanos, como un mago. Y nos salvó de Humala, el regreso a Velasco, sacándolo de la segunda vuelta y perdiendo contra el nuevo Pachacútec. Nuevamente era un héroe. Pero yo no podía soportar verlo. Le echaba la culpa de todas las desgracias de mi entorno familiar, económico y social. Su gobierno había destruido mi realidad y me había vuelto un peruano más que se tenía que fajar para lograr tener oportunidades (igual tenía más oportunidades que la mayoría, pero era el misio de todo mi entorno y tenía que trabajar para pagarme la universidad).

Y luego salió presidente para librarnos de Humala, el cachaco velasquista que seguía insistiendo en ser presidente. Y se dedicó a enmendar sus errores económicos del primer gobierno y a ampliar la extensión de su megalomanía. Voté por él. Le taché la cara con rabia porque me daba más miedo Humala y pensaba que el ego de este tipo sería tan grande que intentaría resarcirse en lugar de hacer las estupideces que probablemente haría Humala. Y así fue.

Y el saco largo de Humala logró ganar… Alan no nos podía defender de él esta vez porque no podía postular gracias a las enmiendas que se le hicieron a la constitución de Fujimori. Y Humala le ganó a la hija del Chino, que ya tenía años en la cárcel, que quería ser presidenta también para limpiar el nombre de la familia (y para sacar a su padre de la cárcel). Nadine (curioso parecido con la palabra “nadie”) nos gobernó por cinco años, teniendo como enemigos a Alan (no digo APRA intencionalmente) y a los Fujimoristas. Pero no logró desmantelarlos, aunque sí lograron generar un muy fuerte rechazo contra ambas opciones. Y terminó iniciando el ciclo de las “prisiones preventivas” junto con su marido, el “presidente”, ellos fueron los primeros en saborearlas mientras que se las buscaban a los demás.

Y Alan volvió a postular, pero se alió con la experta en perder elecciones, y ambos se hundieron bailando en su propio tabladillo. Y no nos salvó de nadie esta vez. Parecía que ya estaba terminado. A diferencia de Fujimori, que por soberbia se movió de Japón y lo atraparon en Chile, él sí había limpiado su nombre. Pero no. Dejó al país mejor, pero se había ensuciado también, igual que Humala, Fujimori, Toledo y todos los presidentes menos los huevones de Belaúnde y Paniagua, que además se morían… Huevones y frágiles de salud. Teníamos a Keiko virtualmente como presidenta… Con la misma edad de Alan en su primer gobierno, que había armado un partido “sólido”, que había hecho una campaña inteligente, que se había distanciado de las fechorías de su padre… Pero vino el debate contra el viejito (otro huevón de Acción Popular que seguro se iba a morir de la emoción si ganaba las elecciones), el único candidato con laureles académicos y laborales (aunque conocido como “diez por ciento” por sus capacidades lobbísticas) y se le salió la déspota abusiva y perdió los papeles… Y se le salió la locura… y nunca regresó a la realidad… Decidió que el gobierno era suyo y se tumbó al gobierno (aunque si PPK no hubiera sido otro tramposo, no se habría tumbado nada, porque, como decía Alan: “Quien no la debe, no la teme”). Terminó con una prisión preventiva, que sigue cumpliendo, a mi parecer tan injusta (en términos legales) como la de Humala o PPK (no así la de Alan que se quiso largar a otro país). Y ahora tenemos un presidente que no sé ni cómo se llaman ni él ni sus ministros…

¿Y el genio? Finalmente decidió salir del clóset de la locura a evidenciarnos a todos que su ego y su pelea con la realidad son más importantes que todo, a intentarnos hacer creer en él de nuevo diciendo que fue una víctima… y ahí estamos ahora, sorprendidos por lo que hizo. Tengo cuarenta y dos años y García me ha acompañado desde que tengo menos de ocho. Ya no está más. Una parte de mí se siente aliviada porque se acabó. Otra parte de mí cree que puede ser una más de sus mentiras. Otra se apena por sus hijos e hijas, que seguro lo querían, porque me imagino que debe haber tenido un lado que sólo ellos conocían. Otra parte se compadece de la desesperación que lo debe haber llevado a su suicidio, no le deseo a nadie esa sensación. Otra parte de mí se asusta por el jovencito que parece estar dispuesto a seguir teniendo atrapado al país en los problemas de salud mental de una familia (Keiko ha sido la primera que nos hizo eso). Otra parte de mí se indigna porque burló a la justicia definitivamente esta vez y quería verlo pagar todo lo que nos ha hecho sufrir. Otra parte se alegra porque a pesar de todo, parece que en el Perú en el que he vivido, nadie la libra, todos están jodidos: Abimael, Fujimori, Montesinos, Humala, Toledo, PPK.

Ya se me hizo largo el texto. Y no he hablado de lo profesional que dije al comienzo. Será corto, son sólo tres cosas.

Primero: No somos seres racionales, somos seres emocionales. Las mayoría de las decisiones de la vida las tomamos por emociones y deseos, no por razones. Incluso me atrevería a decir que cuando más racionales somos, es para ocultar las emociones que ya tomaron el control. La historia del Perú desde que yo la vivo, es una prueba de eso. Todo lo sucedido es un resultado de subjetividades privadas y colectivas no sinceradas en conflicto. Como país tenemos que sincerar nuestros deseos, valores, envidias, resentimientos, etc. para poder avanzar. Igual es al interior del gobierno de cada persona, de cada familia, en el trabajo, etc. La política (y seguro las demás manifestaciones humanas) se mueven en realidad por emociones, no por razones. Las razones vienen después para acomodar lo que ya se hizo o decidió pensar.

Segundo: el Perú tiene una crisis de paternidad jodida. Qué bueno que se esté empoderando a las mujeres. Hace tiempo son ellas las que sostienen todo. Salvo las que tienen problemas mentales, por supuesto (cosa que aplica para los hombres también).

Tercero: volverse adulto es aprender a lidiar saludablemente con que la realidad (yo, los demás, la sociedad) nunca va a ser exactamente lo que queremos. Ése camino se aprende a través de las decepciones que uno tiene y de los esfuerzos que uno hace por sobreponerse, adaptarse o generar un cambio. El suicidio de Alan es el suicidio mental que todos estaremos haciendo si no aceptamos la realidad (yo, los demás y la sociedad) como es y pretendemos inventarnos una nueva o largarnos a fantasear a otro lado.


Escrito por

Gonzalo Cano Roncagliolo

Quise ser escritor toda mi vida. Luego de dar muchas vueltas por la vida, me atrevo a escribir.


Publicado en

Dibanaciones

Un blog de Gonzalo Cano