Ojalá que las calles no estén desiertas cuando salgamos, 

para que podamos cruzarnos a las mismas personas de siempre,

y dejemos de extrañar sus sonrisas.

Ojalá que los gritos de los niños en los parques no sean un milagro,

para que su alegría se meta por nuestras ventanas por las tardes,

y podamos gozarlas sin angustia,

porque estarán salvos afuera.

Ojalá que usemos más nuestras piernas,

para que no se oscurezca de nuevo el cielo,

y veamos la luna y las estrellas en las noches,

y podamos recordar nuestros sueños al amanecer.

Ojalá seamos más amigos de la naturaleza,

para que los voladores y los nadadores sigan cazando cerca a la orilla,

y disfrutemos de nuevo de sus bailes con el viento y las olas.

Ojalá que nuestros amigos estén todos bien cuando esto acabe,

para verlos de nuevo y quererlos sin expectativas,

y aprovechar el tiempo que nos queda con ellos,

sin oponerlos a nuestros calendarios.

Ojalá que todas las familias puedan juntarse,

sobre todo con quienes estuvieron solos,

y con quienes estuvieron enfermos,

y que vuelvan a disfrutar de la comida juntos,

como un banquete celestial,

en donde los que ya no están harán sentir su presencia.

Ojalá que el trabajo productivo no nos robe la vida,

que sea un camino para lo que se quiere sentir,

y que la lógica del dinero no sea una nueva religión.

Ojalá que los que tienen el mando,

vuelvan pensando en los que les dieron ese deber,

y no sólo en sus bolsillos y los de sus bandas.

Ojalá que los demás empiecen a ser una realidad en nuestras mentes,

porque mientras el otro siga sin existir,

dejamos que nos infecte la peor de las infecciones,

la de usar al otro como una cosa cualquiera.

Ojalá que esto acabe pronto,

y que sean los mejores deseos los que nos dirijan,

que no nos peleemos por ideas que no existen,

que le quitemos el valor a lo que no lo tiene,

y que dejemos de expulsar nuestra miseria para verla en los demás.