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¿De qué hablo cuando hablo de leer?

Publicado: 2020-05-13

La lectura me ha acompañado toda mi vida. Empecé leyendo las cartas que me enviaba mi madrina, que se mudó a vivir a otro país, cuando yo era muy pequeño. Fue mi primera pérdida, pero con recuperación intermitente por la lectura. Sus cartas me hacían alegrarme muchísimo y sentirla cerca.  

Pasé mi infancia jugando con mi primo, cuyo padre, el otro hermano de mi Madre, tenía la casa llena de libros que aún reconozco cuando voy a la casa en la que ahora vive. Me encanta mirar los lomos de esos libros que ahora son mucho más chiquitos que cuando yo era pequeño y recordar que me juré leerlos todos para ser tan culto como mi tío, cosa que no he cumplido.

Mi propia aventura con la literatura empezó con los Condoritos y los cómics que me compraba mi padre, a escondidas de mi Madre, que recomendaba una literatura más alturada. Y la primera vez que recuerdo haberme puesto frente a un libro, con algo de dibujos, pero ya mayoritariamente texto, fue cuando mi abuela paterna me regaló Robinson Crusoe en un cumpleaños. Y desde ahí los personajes y los contenidos de los libros se han vuelto mi compañía. La idea de irme a vivir solo a una playa nunca me abandonó.

Y así empezó mi viaje por otras épocas, lugares y sentimientos. Ahora en cuarentena y cuando veo a mis hijos hablar con sus juguetes y hacerlos hablar a ellos recuerdo cómo yo ponía a estos personajes junto a mí cuando no tenía juguetes a la mano. Cuando los piratas tomaban mi mente me sentía un Jim Hawkins enfrentando decepcionado a Long John Silver, o me podía ir secuestrado en el Nautilus con el Capitán Nemo y descubrir los secretos de la vida bajo el mar. Alguna vez salí volando en mis ensoñamientos por el volcán Stromboli con el profesor y Hans, luego de haber hecho una especie de psicoanálisis de la tierra.

Fui creciendo y cambiando mis héroes e intereses. Las travesuras de Zezé, en el primer libro que me hizo llorar a escondidas. Aparecieron los detectives Poirot, el Padre Brown, Dupin y el Gran Sherlock, el único que leí completo. Y me encontré con los personajes peruanos, que habían vivido en la misma ciudad que yo: Pichulita Cuéllar, el introvertido Julius, el genial Poeta, los Gallinazos sin plumas que alguna vez vi pasar por la madrugada frente a mi casa, el sentimental e insignificante Martín Romaña y al fogoso Alfonsito, cuyas visiones hubiera querido tener. Walter Scott me convirtió en caballero con Ivanhoe y me hizo pelear contra los moros y sus espadas curvas en El talismán. El Principito me dejó confundido por primera vez al insertarme la angustia sobre la muerte, la posible pérdida de mis amigos y lo absurdo que puede ser el mundo de los adultos. En esta época quise hacerme escritor, y con esas ínfulas salí del colegio y llegué a la Universidad.

En la universidad me dediqué a leer a mis anchas mientras faltaba a mis clases. Conocí las novelas monumentales que tenía pendiente de las listas que memoricé en el colegio: descubrí la infidelidad y la autodestrucción con Madame Bovary, me volví a convertir en caballero con Amadís, el Cid y Roldán, participé de la estirpe de los Buendía, me fui a Rusia con Aliocha y sus hermanos y entendí la miseria humana con unos martillazos, logré domar la locura de Alonso Quijano, me sentí atrapado entre la rectitud insana de Javert y la generosidad radical de Valjean, me fui a otras fundaciones por el universo, con Guy Montag traté de evitar que se quemaran más libros, participé de la rebelión de Snowball y Napoléon, conocí Narnia y me identifiqué con los muggles, y pude cruzar la Tierra Media con el mejor amigo del mundo. Y muchas otras más. Los griegos me salpicaron sangre en sus lentas descripciones de batallas e intrincadas aventuras: La Iliada, la Odisea y las obras de Esquilo y Sófocles. Y cuando me fui a Roma con Eneas, no la logré terminar, quedó para otro momento.

Por estas épocas descubrí en libros que no eran literatura el temor y el temblor, al Yo y al Tú, al malestar en la cultura y que la conciencia siempre es conciencia de algo. Y pude ampliar las cosas que leía. Ya no eran personajes con aventuras, sino conceptos que rebotan, se encuentran, se pelean y se enriquecen. Se abrió para mí la investigación y el ensayo como una manera de ampliar la mente. Aparecieron nuevos intereses: educación, historia del Perú, psicoanálisis, existencialismo, fenomenología, filosofía y política. Nunca pude con la poesía. Sólo la del Siglo de Oro español… hasta ahora. Ya lograré leer ése idioma algún día. Los libros técnicos de literatura tampoco lograron gustarme. Creo que eso es bueno ¿no?

Un capítulo aparte merecen las biografías y autobiografías. Creo que ahí se gestó lo que terminaría siendo mi oficio. En una especie de voyeurismo siempre me gustó saber cómo los grandes personajes de la historia, el deporte, la filosofía, la psicología y el psicoanálisis terminaron siendo quienes fueron.

Hoy sigo a toda velocidad, incluyendo personajes y conceptos, mi viaje. Los últimos personajes que me han deslumbrado son la señorita Salander, el espía Salango, Fermín Romero de Torres, los personajes de Civil War y todas las historias paralelas junto con las minorías representadas en las series de X-men, he vuelto a leer todos los cuentos de Ribeyro y ahora estoy tras los de Cortázar, que mi mente no logró seguir saliendo del colegio y que ahora disfruto. He dejado un poco los conceptos educativos y existenciales y estoy adentrándome en las ideas psicoanalíticas. Junto a ellas, ando leyendo sobre los personajes que destruyeron mi país mientras fui creciendo: Abimael Guzmán, Alan García, Montesinos, Fujimori, Figari y otros cuya psicopatía pretendo comprender algún día.

Finalmente, periódicos y revistas, reales y virtuales, especializados o de divulgación, de cualquier tema que me llame la atención en el momento. En ellos, voy pensando sobre las cosas del país y del mundo, imaginando futuros, creando soluciones y ensayando hasta algunos cuentos.

De esto hablo cuando hablo de leer. De habitar muchos mundos, de tener grandes aventuras, conocer a mucha gente, de arreglar el mundo, ser infinitos personajes, reconocer que las miserias de los personajes las tenemos todos, de poder hacer que se crucen en mi mente historias y conceptos que no siempre se cruzan, de no sentirme solo e improductivo cuando no tengo sueño, de poder compartir este tren que llevo cargado de pasajeros cuando me encuentro con alguien que también lee. Y hoy, de sobrevivir la cuarentena y el posible futuro sin mucha movilidad que avizoro.

Mucha gente le tiene miedo a los libros, como si tuvieran que enfrentarse a una Maratón. He podido comprobar que una Maratón la puede correr cualquiera… los libros deberían leerlos todos, son mucho más fáciles, y no duelen. Pero no puedo negar que se parecen en que para correr una Maratón hay que sacar físico y poder ir más largo cada vez. Para leer también es cuestión de leer más largo cada vez.


Escrito por

Gonzalo Cano Roncagliolo

Quise ser escritor toda mi vida. Luego de dar muchas vueltas por la vida, me atrevo a escribir.


Publicado en

Dibanaciones

Un blog de Gonzalo Cano