#ElPerúQueQueremos

https://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/09/150907_eeuu_nevada_carretera_extraterrestres_cronica_aliens_rachel_area_51_jg

La salida

¿Cómo será el fin de la cuarentena?

Gonzalo Cano Roncagliolo

Publicado: 2020-05-20

Cuando se me acabó la comida, decidí irme. Era el último, por ser el menor, en salir. Nadie regresaba luego de irse, así que pensé que habían encontrado un lugar mejor donde quedarse o que habían muerto en el camino. Empezamos seis personas en la casa, cuando aún era muy pequeño y hasta hace poco quedamos mi madre y yo. Ella salió hace unos nueve días y no ha vuelto. Salió caminando porque el automóvil se lo había llevado mi hermana mayor quince días antes, que salió en búsqueda de mi padre, que no volvía. 

Nunca había salido del condominio. Recuerdo que cuando todo esto empezó fue el fin de semana que aprendí a montar bicicleta. Unos días después fue el cumpleaños de mi hermana menor, que cumplió cuatro años. Habíamos venido a pasar la cuarentena a la playa. Pero no se acabó nunca. Y nos tuvimos que quedar. Tanto que ya no recuerdo cómo era mi casa verdadera, ni supe nunca cómo llegar a ella. Mi mundo ha sido la cuarentena.

Al inicio éramos unos cuantos vecinos. Pero poco a poco se empezaron a ir cuando llegó el primer invierno. Nosotros nos quedamos, pensando que mientras menos gente hubiera íbamos a tener menos riesgo de enfermarnos. Y fue así. No nos enfermamos y pasaron varios inviernos. Pero nunca más vino nadie por aquí. Conseguíamos nuestros víveres en un pueblo cercano, al que iban mis padres y que yo nunca conocí. Iban una vez cada dos semanas y comimos lo mismo durante años. Cada vez que iban, traían noticias peores del pueblo. La enfermedad lo había ido tomando de a pocos. Hasta que se quedó sin gente y nos fuimos quedando sin comida.

Las cosas fueron cambiando poco a poco. La casa se fue destruyendo de a pocos por el uso y por la falta de mantenimiento. Aprendimos a pescar y fuimos cortando los árboles del condominio para cocinar y calentar la casa en el invierno. Plantamos una huerta chica y teníamos algunas verduras y legumbres. Desaparecieron el gas, las noticias, la electricidad. Poco a poco eran menos las cosas que teníamos. Nos vestíamos con ropa que encontrábamos en las casas vecinas abandonadas. Cada salida a los condominios vecinos implicaba ir armados con palos. Existía el temor de tener que librar una batalla. Nunca sucedió. Siempre encontramos todo sin gente. Éramos los últimos de esta zona. Los víveres y ropa que fuimos encontrando y trayendo nos permitieron vivir bastante tiempo. Ahora tengo catorce años.

Mi padre seguía esperando que se encontrara la cura. Andaba sintonizando una radio todas las mañanas hasta que la radio se malogró y nunca más funcionó. No volvimos a tener noticias del exterior. No sé qué fue de mis abuelos, tíos y primos. Decidimos quedarnos a sobrevivir. No lo logramos. Sólo quedo yo. Y hoy empezaré a buscar qué es lo que queda.

Llego a la carretera y no sé si ir para la derecha o la izquierda. ¿Dónde queda la ciudad? ¿No era peligroso ir para allá? La pista estaba desierta. Mientras caminaba iba encontrando autos a los lados. Algunos vacíos, otros con esqueletos, casi todos accidentados. En algunos encontré agua y comida para seguir la caminata hacia algún lugar. No podría explicar por qué me fui de la casa. Sabía pescar y tenía agua potable, que nunca había dejado de correr, como un milagro. Podría vivir muchos años más.

Moverse, como lo había comprobado con la desaparición de toda mi familia, era irse a lo incierto. Primero murió Nani, no sabemos si de la enfermedad. La enterramos en medio de los olivos. Luego mi hermano mayor. Lo mataron unos vándalos que entraron al condominio a robar. Nos subimos a los techos de la casa y nos echamos para dejarlos pasar. Lo que querían era comida y se iban a llevar todo lo que encontraran y seguirían hasta el siguiente lugar donde pensaran que podían encontrar comida para hacer lo mismo. Pero mi hermano quiso defender la casa. Y no lo logró. Ni siquiera lo encontramos. Sólo escuchamos sus gritos mientras peleaba. Quizás esté vivo como parte de la turba, a donde sea que hayan llegado.

Lo que más extraño son las cosas que nos contaban mis padres sobre cómo era el mundo antes de todo esto. Ellos conocieron y vivieron con sus abuelos y sus primos. Nos contaban historias de todos ellos, como si fueran grandes héroes. Se notaba que los extrañaban mucho, porque cuando les pedíamos que nos repitieran las historias, se les caían las lágrimas. Otra historia que nos gustaba escuchar era sobre cómo se conocieron y se enamoraron, las fiestas a las que iban, lo que llamaban conciertos y obras de teatro. Hicimos algunos tambores en estos años y teníamos nuestras propias canciones. También improvisamos obras de teatro de algunos libros que habían por la casa. Leíamos mucho. Pero todas las historias eran repetidas en un momento y dejamos de repasarlas.

El último tiempo, antes de que mi padre se fuera en su bicicleta con rumbo a la ciudad a ver qué pasaba, ya casi ni hablábamos. Hacíamos nuestras labores de cuidado de la casa, pescábamos y cocinábamos en el fuego, todo como un mecanismo que no dejaba de funcionar. Ya nadie jugaba. Bañarnos en el mar era para limpiarnos y nada más. Lo más placentero que teníamos era echarnos totalmente desnudos en la arena a asolearnos un poco. Después, sólo dormir nos provocaba y la arena era lo más cómodo. Ya no había colchones ni cojines, todos se habían desecho con el paso de los años. Las camas sirvieron de leña y el cemento era muy frío y duro. Así que a pesar de tener una casa, no dormíamos en ella. Sólo entrábamos cuando llovía en invierno, en que hacíamos unos montones con los harapos de ropa que ya no usábamos, para dormir apretados en uno de los espacios que fue una habitación alguna vez.

Mientras camino en la dirección que creo que se encuentra la ciudad pienso en si encontraré a alguien o no. ¿Seré el último vivo? ¿Cómo será encontrarme con otro humano? ¿Me dará miedo? ¿Me querrá quitar mi ropa? ¿Nos podremos entender? ¿Será mujer? No conozco a ninguna fuera de mi madre, Nani y mi hermana. ¿Podremos acompañarnos en el camino?

Llegó el momento en que ya no me daban las piernas para seguir caminando. Había corrido algunos tramos, tratando de acercar la ciudad hacia mí. Pero creo que había tomado la dirección equivocada. Aunque… ¿las carreteras no tienen ciudades a ambos extremos? Sirven para ir de algún lado a otro ¿no? ¿Dónde estaba la ciudad? Me eché mientras anochecía. Y me puse a esperar que apareciera uno de esos famosos escorpiones y me diera la picada de la muerte. Pero en su lugar apareció un rostro.

- ¡Está vivo! – gritó, como avisándole a alguien más.

- ¡Ahí vamos! – le respondieron.

Sentí cómo me levantaban y me llevaban hacia algún lado. Me depositaron echado y a ambos lados tenía a otros más como yo, que nos mirábamos sin hablar, con la misma cara de miedo. Yo no tenía fuerzas para hablar tampoco, así que cerré los ojos y me puse a pensar que estaba salvado. Mientras me quedaba dormido sentí el sonido de un motor debajo del cuerpo y luego el avance del vehículo en alguna dirección desconocida, hacia alguna ciudad probablemente.


Escrito por

Gonzalo Cano Roncagliolo

Quise ser escritor toda mi vida. Luego de dar muchas vueltas por la vida, me atrevo a escribir.


Publicado en

Dibanaciones

Un blog de Gonzalo Cano