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El otro no existe

Publicado: 2020-06-25

Hace un tiempo estuve en un aeropuerto nacional tratando de embarcarme de regreso a Lima después de unas vacaciones. Esperando a que me atendieran me puse a conversar con un turista que estaba antes que yo en la cola. Mientras conversábamos de la ciudad en la que habíamos estado y de la comida peruana, notamos que en paralelo a nuestra cola se iba haciendo otra cola paralela, fuera de las cintas y flechas que marcaban la cola regular. Esa cola iba “contra el tráfico”, empezaba por la salida de la ventanilla de atención. Las personas que atendían estaban dejando de atender a los que estaban en la cola “firme” para atender a estos paracaidistas que además exigían celeridad para su atención.  

Los que veíamos esto, estábamos esperando para mover nuestros pasajes a cualquier vuelo disponible dado que estábamos en plena crisis de neblinas y radares en Lima y nos venían cancelando varios días los vuelos. Había desde agencias de viajes que hacían el check in por sus pasajeros hasta gente que quería cambiar su pasaje de otra aerolínea a ésta (sic). Incluso le dijimos a un funcionario que cuidaba la entrada a la fila firme que mirara cómo se estaba haciendo otra fila y que se hiciera cargo de que se respete el orden de llegada. Este señor fue a arreglar el asunto, pero nadie se movió. Nadie lo miraba mientras indicaba que cualquier trámite se tenía que hacer por la cola regular, como nos lo había indicado a nosotros al comenzar a hacer nuestra cola. Algunos miraban para atrás, otros para el lado, unos se encogían un poquito. Pero nadie se movía. Lo más cercano al hombre invisible que he visto en mi vida.

El turista, viendo esto, me dijo el título de esta entrada: “En el Perú, el otro no existe” y continuó: “Todo lo bien que te atienden para darte de comer se borra cuando sales del restaurante a la calle. Son dos Perús, dos cosas totalmente opuestas que existen separados por una puerta”. Y empezó a hablar. Resultó que no era turista, era casado con una peruana y vivía aquí hacía muchos años. Mientras lo escuchaba hablar del tráfico, del transporte público, de las colas, de los trámites con el Estado y sus instituciones, de la informalidad, de la evasión tributaria, del clientelismo y servilismo con que está organizado el país, de los extremos políticos que tenemos, de la coima y el orden paralelo al formal en el que todo se arregla y de todos los otros males endémicos del Perú, me quedé pensando en la frase.

En el Perú, el otro no existe. El otro siempre es un posible pendejo que se quiere aprovechar de mí o usarme de peldaño para seguir adelante. El otro siempre ha conseguido lo que tiene con trampas, nunca “a la legal”. El otro es alguien que tiene precio y que se puede cambiar de bando con total libertad. El otro es alguien que roba lo que puede porque es un ocioso que no quiere trabajar. El otro me quiere pegar y le tengo que pegar primero para evitarlo. El otro es malo y hay que protegerse de él.

En tiempos de pandemia, he podido comprobarlo de una manera distinta. Están los quejones, de derecha e izquierda, para quienes todo está mal hecho, y siempre la culpa es de la izquierda o la derecha. Ellos lo harían mejor, desde sus escritorios y sin contacto ni experiencia alguna en el gobierno. ¿No sería mejor sumarnos a lo que se está haciendo en lugar de ser opinólogos? Están los que no respetan las reglas de distanciamiento social, así sean extremas, porque ellos (creen) no se van a contagiar (y el resto les vale madre) y junto a ellos están los que los insultan por no cumplirlas, en lugar de persuadirlos en aras del bien común, porque gritando uno no convence a nadie. Están los que incluso tratan de hacer que otros rompan sus cuidados y cuarentena porque les es incómodo que no estén disponibles como los necesitan. Están los que opinan que para que se restituya su libertad hay que agarrar a todos los desobedientes a golpes o balazos y listo, arreglado el problema. O los que dicen que hay que dejar que todos hagan los que les da la gana y que se mueran los que no se cuidan, para que la economía no se detenga. Esto es el contenido de la mayoría de los comentarios, noticias y demás.

Entiendo que hay quienes se ponen de acuerdo para solucionar problemas, dejan de ganar el mismo dinero de antes voluntariamente, ayudan a quienes dependen de ellos, compran a peruanos emprendedores al borde de la quiebra, se apoyan entre amigos o incluso que regalan comida, cosas, dinero o su tiempo, con tal de hacer algo. Estas personas, para quienes el otro sí existe, deberían ser las principales noticias. Pero no lo son. Lo que nos interesa son los culpables, el que se equivocó (sea verdadero o falso su error), que exista alguien sobre el cual descargar todas las cosas negativas que sentimos por la situación y que sirva de chivo expiatorio para nuestra frustración por esta incómodísima situación.

Tenemos que entender como sociedad que de lo que se trata es de construir, no de desparramar culpas ni sentimientos negativos con ventilador. Tenemos que buscar acuerdos, no más peleas. Tenemos que buscar los puntos medios, no tener la razón absolutamente. Hay que entender que dialogar no es esperar el turno para hablar pero sin escuchar al otro. Sería genial que se lograra aprender que el contrato social pasa por el voto de la mayoría (a nivel de elecciones y a nivel de votos en las comisiones del legislativo) y que luego hay que apoyar lo decidido, así no sea de nuestro agrado, porque es una decisión representativa que busca construir el país que la mayoría desea. La prepotencia, la imposición, la queja sólo genera resentimientos. Hay que superar esa manera de funcionar. Sólo así, mientras el otro, el que es, se ve y piensa distinto, exista y tenga sonido en nuestras mentes, podremos ponernos de acuerdo y empezar a construir juntos algo. Mientras no sea así, seguiremos igual… o haremos la clásica: borrón y cuenta nueva, para eliminar al otr o (o todo lo que hizo).


Escrito por

Gonzalo Cano Roncagliolo

Quise ser escritor toda mi vida. Luego de dar muchas vueltas por la vida, me atrevo a escribir.


Publicado en

Dibanaciones

Un blog de Gonzalo Cano