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Las guerras del Perú

A propósito de las vacunaciones secretas

Publicado: 2021-02-16

Nací en 1976, o casi no nazco, porque mientras mi madre estaba embarazada, secuestraron a mi padre por unos días para forzar que mi tío se entregara por ser opositor al gobierno militar. Tengo entendido que a mi padre (y al otro hermano de mi madre que también abdujeron) no lo torturaron ni mataron de hambre los días que estuvo no habido. Incluso sabía dónde estaba: en el Estanco del Tabaco del Rímac. Pero mi madre no lo supo por un fin de semana. Fue ahí que aprendió a manejar, buscando a mi padre en las distintas dependencias policiales. Hoy, eso es una anécdota divertida, con el humor con el que los peruanos somos capaces de sobreponernos a estas situaciones.

Entre 1980 y el 2000, viví, desde la Lima más acomodada es cierto, a los asesinos de Sendero Luminoso. Apagones, miedo, restricciones, toque de queda, noticias de asesinato, amenazas a mi padre (fue Fiscal Provincial durante el gobierno de Belaúnde), bombas que remecieron zonas cercanas a mi casa, etc. Me costaba mucho trabajo entender cómo es que querían liberar a los campesinos de la pobreza e injusticia y los asesinaban sin ningún tipo de piedad. Con Sendero no hacen chistes aún, pero está controlado. Y queremos que siga así.

Desde el 2000 en adelante, sentí que esas cosas no se iban a repetir. Aunque parece que tenemos unos ciclos que duran aproximadamente veinte años para que nuestra clase política entre “en trompo”. Hoy no tenemos enemigo humano. Tenemos un virus mortal, muy contagioso y veloz, que permite ver las costuras de nuestro tejido económico, político y social. Y estamos viendo de qué está hecha la gente que nos gobierna, por la que directa o indirectamente votamos y por la que vamos a votar pronto.

Es comprensible que todos tengamos miedo y que hagamos lo que sea por una vacuna, diría que es hasta natural en el ser humano salvarse primero. Lo que no es justificable es la mentira, la colusión, el agrupamiento para esconder la trampa, saltarse la ley en grupo y luego pedir disculpas. No cuando se es autoridad. Si un presidente se vacuna primero, no me parece mal. Que dé el ejemplo para que la población confíe en la ciencia me parece hasta necesario, especialmente con la desinformación que ronda por todos lados y fake news como que las vacunas las hacen con células madres de bebés abortados (adivinen de qué canal de televisión puede salir una noticia así) entre otras estupideces. Es más, su cargo y el de sus ministros podrían exigirlo, aunque puede ser discutible en un contexto de escasez. Pero acá no funciona así. Es a escondidas la cosa. Como siempre.

A la par de esas situaciones violentas en las que viví (gobierno militar y Sendero), he vivido otro tipo de violencia, la moral. El primer gobierno de Alan García dejó profunda huella en toda mi generación, luego el salvador Fujimori resultó una versión “reloaded” de lo que creíamos peor y los siguientes gobiernos, ninguno exento, unos más y otros menos, no han enmendado el rumbo. Lo que vimos con Odebrecht, probablemente, estamos a punto de verlo con las vacunas. No nos sorprendamos de nuevo. Está cantado.

Justo ayer terminé de leer la novela 1879 de Guillermo Thorndike. En él, narra el primer año de la Guerra del Salitre. Una guerra de la que vienen todos los héroes que tenemos en nuestra historia republicana. Una guerra que perdimos. Es probablemente verdad que era una guerra por el salitre y financiada por los empresarios ingleses velando por sus intereses, quizás una prolongación de su política imperialista. Sin embargo, es sorprendente ver lo parecido que son los episodios en el Congreso y lo que tienen que hacer (o dejan de hacer) los ministros para comprar armas. Ante Chile, por mar y por tierra, estábamos como yendo a jugar un partido de volley con un equipo de dos personas. No era información no disponible que los del sur nos superaban hasta por tres veces en armamento. Encima, íbamos a la guerra para defender a Bolivia, y terminamos trasquilados. Lo sabíamos antes, como ahora con el COVID.

Nuestros diplomáticos no podían lograr evitar el conflicto. Nuestros compradores de armas no lograban destrabar todos los bloqueos que nuestros enemigos nos habían puesto estratégicamente desde antes de empezar el conflicto. Nuestros aliados no eran buenos aliados. Los gringos se quedaron de mirones. Nuestro Congreso no dejaba que el Ministro Quimper recolectara fondos (según una propuesta que puede ser discutible) para comprar armas rápido. Grau, el héroe de ése primer año, hizo mucho más de lo que se esperaba. Lo dejaron morir. Sus tripulantes, cuyos nombres están por todas las calles de Miraflores, lo entregaron todo. Varios meses impagos a la tropa, uniformes andrajosos, ateridos de frío y sin frazadas en el mar del sur. Y acá en Lima se peleaban por detalles y todo se atoraba. Un sacrificio enorme de peruanos por nada. Y, encima, se descubrían trafas de impresión de billetes sin fondos de parte de los bancos. Hoy los Grau son todos los médicos que han fallecido. Y el Congreso de esa época ha resucitado hace unos años con los políticos que prefiero no nombrar.

Hoy, el enemigo no es un país. Es un virus. Y ni contra eso podemos organizarnos. Otros países ya lo están logrando empezar a derrotar. Pero no han cambiado tres gobiernos, no viven interpelando ministros por gusto ni sacando leyes populistas porque vienen las elecciones, ni insultándose entre ellos. Se han unido para pelear la batalla. Nosotros nos peleamos más y descubrimos que nuestros gobernantes nos hacen trampa con las vacunas que nos deben repartir. Mientras más se pelean, más sale a flote el excremento.

En mi profesión se habla del estrés post traumático de la guerra o de las situaciones límite que a veces toca vivir. Ya no sé si será el COVID o nuestra clase política el origen del estrés post traumático que tendremos que enfrentar en los años venideros. O ambos. No necesitamos virus ni enemigos para destruirnos.

El cadáver… ¡ay!... sigue muriendo…


Escrito por

Gonzalo Cano Roncagliolo

Quise ser escritor toda mi vida. Luego de dar muchas vueltas por la vida, me atrevo a escribir.


Publicado en

Dibanaciones

Un blog de Gonzalo Cano