Disparos
Microrelato inspirado en Robert Doisneau y su famosa foto
Primero en el frente, luego entre nosotros, siempre estuvo disparando. Dejó una de sus armas cuando lo del frente terminó. Siguió, con la otra, el oficio que nos daría para vivir. Le disparaba a todo. Por encargo o por interés propio. Contaba que lo que él quería era usar sus disparos para que el mundo fuera como a él le gustaría que fuese. Sólo así se sentiría bien. A eso se consagró, a moldear su sueño. Hasta el baño de la casa lo usó para eso. Nunca pudo ordenar sus instrumentos y alejarlos de nuestra vista.
Como quien llega tarde al momento equivocado, fue su propio disparo el que lo mató. No fue instantáneo, pero sí una herida mortal que lo consumió sin síntomas hasta que lo apagó del todo. Dejó de disparar antes de morir. Se fue marchitando. El disparo final había sido una puesta en escena en la plaza del Ayuntamiento, en su afán de moldear al mundo. Un beso actuado escenificado en medio de la ciudad que había sido rearmada como un rompecabezas con las piezas que quedaron regadas por todos lados. Esos actores, a quienes él disparó, usaron la misma bala para matarlo.